Remontando el Mekong



El río Mekong es como un océano marrón, fértil, lleno de vida, su humedad es vital. En su camino hacia el mar, los humanos han creado y procreado durante siglos.

Se desliza tranquilo, apacible, observador milenario de la evolución humana. Sus aguas que son sus ojos, miran y no juzgan, y lo hacen durante miles de kilómetros, observando siglos de vivencias que, luego al final de su camino, se las cuenta al mar.

Su nacimiento cristalino en el Tíbet, sucedió cuando los dioses quisieron preñar las tierras. El Mekong, con su abundante esperma, las fertilizó. Nacieron árboles, frutos, peces, aves e insectos. Nacio la vida.

Los dioses, asombrados por la potencia descomunal del rio, tuvieron envidia y un cierto temor, preguntándose si perderían sus privilegios divinos frente a los humanos.

Los seres humanos pronto dejarían de adorar a los dioses para venerar y adorar al río de la vida: el Mekong.

* Para leer el relato entero, contáctame.


Escribir, escribir, solo por el placer de explicarte una historia. 
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